El año inició. El estómago me arde porque el corazón me duele. El sueño se me ha ido porque me tiene miedo. Las lágrimas viven otra vez y —casi— cada noche. Mi pantalón es verde. El teléfono que antes sonaba incansablemente, se ha ido quedando mudo de a poquito. La sed no se me acaba. Aquel rostro no se evapora. Las heridas no cierran, me clavaste el cuchillo profundo. Una roca aplasta mi abdomen. Tiemblo sin motivos. Cierro los ojos y aparece un monstruo. Abro los ojos y aparece el mundo, otro monstruo. No quiero ponerme en pie. El trabajo me come. Mejor cómeme tú. Yo soy bueno pero él es mejor, ¿no? La desazón me la bebo con whisky. El alma implota. El cuerpo explota. Yo, sin alma ni cuerpo, efervezco. Extraño una voz. Extraño un abrazo. Extraño los primeros tres meses. Me miro en el espejo y lo entiendo: soy gris. Me aferro a la crueldad ¿involuntaria? que me has regalado. La música me hace feliz. La películita vieja me hace feliz. Un correo electrónico me hace feliz. Te conservo en cloroformo y tú me despachas sin pestañeos. Soy directo, la evasión es el fuerte del otro. Soy evasivo, la franqueza en el otro es selectiva.
El año inició. Más nos valga que sea bueno.
Escuchando a... el silencio y el ronroneo de un aire acondicionado viejo.
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